En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se
parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a
esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el
campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en
perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo
que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la
red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena,
la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y
los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los
ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien
todo esto?»
Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
La búsqueda del Reino, supone una actitud de cambio en cada uno de
nosotros, esta relación con Dios modifica nuestro estilo de vida. Si no
lo modificara, no sería el Reino de Dios, sino solamente fruto de
nuestra imaginación, una autojustificación de nuestras propias
conductas. Este es el cambio de valores que trae consigo el seguimiento
de Jesús, es peligroso, puede explotarte en las manos y cambiarte la
cara, de modo que ya no te reconozcan ni los más cercanos, plantearte
conflictos allí donde la gente de nuestro mundo no se preocupa. “Más que
los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos”
(Gandhi), el Reino no te dejará indiferente, te hará no ser neutral,
tomar partido, (por ejemplo ante la guerra en Palestina y otras causas),
puede que te manches, pero con la alegría de “no haber pedido para ti
vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste
discernimiento” (primera lectura, Reyes 3,5).
¿Pero dónde hay que buscarlo, fuera de la vida ordinaria, en una forma
de vida especial? El evangelio habla de discernimiento, de la red en que
se mezclan peces comestibles con otros que no, de un padre de familia
que va sacando del arca lo nuevo y lo viejo, según necesidad. La
sinceridad nos debe llevar a encontrarlo allí donde está: en lo
cotidiano. Dios se nos puede cruzar en cualquier camino, allí donde
menos lo imaginamos, lo cual nos exige mirar hacia donde nunca miramos.
El Reino puede pasar por ciertos acontecimientos de nuestra vida, por un
amigo, por un trabajo, el prójimo, los pobres, los excluidos… Este
cambio de corazón y de mirada nos deberían enseñar a encontrarlo en los
acontecimientos de cada día, pequeños y grandes, aunque él se manifiesta
allí donde menos lo esperamos. Sigamos arriesgando, no en vano dice el
mismo Mateo: “Allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt.
6,21).