Acabamos de comenzar la Cuaresma, un tiempo que apunta hacia la alegría de la Pascua, pero que tiene que llevarnos lo primero de todo a prepararnos, a cambiar el corazón.
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De nuevo se nos invita a la penitencia, que es mucho más que intentar, una vez más, dejar de fumar o hacer dieta. A menudo a los cristianos se nos asocia con eso, con la penitencia, con la cara seria, con aquellos que no hacen más que poner trabas y no saben disfrutar de la vida.
Sin embargo a todos, creyentes e indiferentes, nos llega siempre el momento de tomar la cruz, de asumir una enfermedad o la muerte de alguien querido, de tener que renunciar a la familia por un puesto de trabajo o simplemente de no poder pasar un fin de semana fuera por tener que estudiar.
Son las grandes o pequeñas cruces que no dejaremos de encontrarnos por el camino. Es ahí donde se demuestra si somos cristianos de verdad.
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Porque lo importante no es aparentar que somos muy sacrificados, ni buscar las dificultades porque sí, sino vivir con amor lo que cada nos encontramos cada día...
Vivir en cristiano no significa andar de masoquista por la vida, sino reconocer y dar gracias cuando las cosas nos van bien pero también asumir las dificultades porque sabemos que no estamos solos.
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Los sacrificios, grandes o pequeños, tienen sentido sólo si se viven desde el corazón, si nos ayudan, por ejemplo, a sentirnos solidarios con quien menos tiene o con quien vive solo, si nos recuerdan que, aunque nos creemos “supermanes”, somos muy poquita cosa y necesitamos de los demás y de Dios… Lo importante no es “el qué”, sino “el cómo”. Basta mirar a Jesús. Su muerte sería una tontería si no hubiese sido el gesto más grande del más loco amor.
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Y tú, ¿cómo vives las pequeñas renuncias de cada día o las grandes dificultades que te encuentras?
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