
LA CONSTANCIA DEL AMOR:
Lo que marca la vida de Jesús, y de muchos de sus discípulos a lo largo del tiempo y de muchos hombres y mujeres de buena voluntad, es la constancia en el amor. Jesús no se arredró en las dificultades, ni siquiera ante la furia de sus conciudadanos. Confió en Dios y siguió hablando de la misericordia y del amor de Dios, estando cerca de los más pobres y tendiendo su mano a los marginados. No le asustaron el rechazo ni las dificultades. Jesús no leyó nunca el texto de la primera carta a los corintios, que hoy escuchamos en la segunda lectura, pero no hay duda de que Pablo expresó perfectamente en esas palabras lo más hondo del espíritu de Jesús.
Hay que leerlas y releerlas. No es un amor ñoño lo que ahí se propone. No es una especie de romanticismo adolescente, frágil y delicado. Es un amor para hombres y mujeres fuertes, libres, responsables, capaces de tomar las riendas de su destino y dirigirlo a donde creen que debe ir. Esos hombres y mujeres no son pacientes o constantes o misericordiosos por debilidad sino por fortaleza. No perdonan porque todo les dé lo mismo sino porque están llenos del amor y la misericordia de Dios. El ideal del amor nos ofrece una manera diferente de vivir y relacionarnos con los demás. El ideal del amor es el Reino de Dios. Sólo los que aman mucho son capaces de mantenerse constantes en el momento del rechazo. Siguen amando porque para ellos el amor no es una emoción sino una actitud, un estilo de vivir. Saben que Dios es amor. Y que solo amando podremos hacer un mundo más humano, más fraterno: el mundo que Dios quiere. Y están dispuestos a asumir el rechazo, la cruz y todas las dificultades que se encuentren en el camino. Porque vale la pena. Como Jesús. Hasta el final del camino.