EPIFANÍA

[...] Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra...
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Un detalle importante de esta fiesta es el de la estrella. Los sabios de Oriente representan la sabiduría humana. No eran magos, sino sabios, posiblemente astrólogos o, dicho en lenguaje actual, astrónomos, una especie de físicos y filósofos, indagadores de la naturaleza y buscadores de la verdad. Nuestros sabios de Oriente, bien dispuestos y abiertos a las evidencias de la razón y a las revelaciones de la Escritura, encuentran al niño y le ofrecen sus dones. Son toda una profesión de fe: oro (el niño es el rey celestial), incienso (es el Hijo de Dios), y mirra (su trono y su gloria será la cruz).
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Los magos confiesan y testimonian con sus regalos. Nosotros deberíamos tratar de regalar al mundo el testimonio de nuestra fe, sin miedo y sin vergüenza. Es el mejor regalo que le podemos hacer, pues el mundo necesita de este niño que ha nacido en Belén. Regalar la luz que hemos visto en medio de la noche y que hemos recibido con nuestra fe. Sí, ese es el mejor regalo que podemos y debemos hacer en este mundo no ideal en el que Jesús ha nacido para todos: ser nosotros mismos estrellas que indican el camino que lleva a Belén a todos aquellos que buscan a Dios, que necesitan a Cristo, aun sin saberlo.