"Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo"
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Lo que nos cuesta encajar más es la segunda parte de su discurso: las maldiciones. ¿Cómo es posible que Jesús pronuncie esas palabras de condena hacia los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son reconocidos por los demás?
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¿Qué podemos hacer?
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Aquellos a los que se maldice tienen en todo caso una vía de escape. Lo primero es hacer el esfuerzo de salir de su cómoda situación para acercarse a los preferidos de Dios. Quizá así puedan recoger alguna de las migajas que caen de la mesa del banquete del Reino. Porque algunos no han visto nunca la realidad de la pobreza. Entre ellos y esa realidad siempre han estado por medio los cristales tintados de sus coches o las gafas de sol bien oscuras, que los impiden ver más allá de lo que quieren ver.
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Hoy las palabras de Jesús son un aldabonazo en nuestras conciencias. ¿Dónde estamos? ¿Dónde queremos estar? ¿Dónde encontraremos la verdadera Vida? Porque Jesús no quiere el mundo como está sino del revés, como lo quiere su Dios.