Erase una vez... un castillo donde vivía un inventor que dedicó parte de su vida a crear una criatura perfecta a la que llamó Eduardo. Pero el inventor murió de repente y dejó incompleta su creación, ya que en vez de dedos tenía unas horribles manos con hojas de tijera.

Es precisamente aquello que le diferencia de todos los demás lo mismo que le permite ser quien es.