Con el corazón en el domingo

[...] Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro [...]
Las lecturas de este día no nos amenazan con el fin del mundo. Son más bien una llamada fuerte a vivir el presente. La perseverancia de que habla Jesús al final del texto evangélico de hoy no es una virtud del futuro sino del presente.

Hoy tenemos que vivir el Evangelio y construir el Reino. Hoy tenemos que tender la mano al hermano para construir la casa común. Hoy debemos ser perseverantes en el amor. Hoy hemos de cuidar con esmero este mundo que es nuestra casa y administrar sus recursos de forma que lleguen para todos, hoy y en el futuro.

El problema es que algunos se quedan tan embobados ante el anuncio, casi siempre imaginario, de lo que puede suceder en el futuro, que se olvidan de vivir el presente. Pasa a todos los niveles, incluso en las relaciones personales. ¿No han conocido a esas personas que temerosas de lo que pueda suceder mañana –una despedida, una enfermedad– no son ya capaces de disfrutar de la alegría del momento presente?