Suena duro…, si, pero nadie se extrañaría si digo que el mundo no pasa por un buen momento y que un vistazo a las noticias sería suficiente para justificarlo. Decía que suena duro pero uno a veces piensa cuántas personas habría si al pasarle por delante cómo sería el mundo si nunca hubieran existido descubrieran que sería infinitamente mejor que con ellos en la tierra. Quizá muchas, demasiadas.
Y se me podrá decir que quién soy yo para juzgar así, que quién define las reglas de lo que está bien y de lo que está mal, que quién decide, por ejemplo, que aquel que mata mejor sería que no hubiese nacido y aquel que roba o pega, o aquel que con sus actos provoca involuntariamente desgracia y dolor merece otra oportunidad. Así es que al menos me permito el pensar si el mundo sería mejor sin mi presencia, o mejor dicho, si el mundo estaría mucho mejor de no haber nacido.

La Navidad es un tiempo para mirar la realidad desde otra óptica, una invitación a creer en la bondad innata del ser humano sin que por ello tengamos que volvernos empalagosos y falaces; y para los cristianos concretamente, la oportunidad de dar a luz y de que el Nacido nos haga obrar de tal manera que el mundo sea más justo, más tierno y bendito, y a falta de otra palabra, que el mundo sea mejor porque estamos en él.
La película de la que voy a escribir me parece que habla de todas estas cosas, y lo hace de una manera sublime, maravillosa, sin artificios, de efectos casi mágicos. Una película que tras ser vista siete u ocho veces siempre se disfruta y nunca se ha tenido suficiente. Quizá porque la historia de George Bailey me resulta fascinante y mucho más rica de lo que aparece a simple vista. Hablamos de ” ¡Qué bello es vivir! “ ( F. Capra 1946)
Y la vida no es siempre lo que uno desea porque éste George Bailey, interpretado por un inmenso James Stewart, es un soñador que desea recorrer el mundo y que nunca lo puede llegar a hacer por el bien de los demás, por ser un filántropo. Pero la renuncia le saldrá cara, perderá su ilusión y vencido por la desesperación decide terminar con su vida y que la familia cobre el dinero del seguro. La aparición entonces de un extraño viejecillo (el ángel Clarence) con idéntica determinación de acabar también con sus días terrenales provocará que Bailey desista de su idea y le salve. Ha llegado el momento de conocer y ser protagonista de otra historia: la vida sin él.
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