Volvemos a la tierra de Narnia esta vez sirviendo como ventana de comunicación el cuadro de un barco cuya proa es dorada y tiene la forma de la cabeza de un dragón. Se trata de El Viajero del Alba y allá van a desembarcar dos de los hermanos Pevensie, Edmund y la ya no tan pequeña Lucy, esta vez acompañados por su primo, el repelente a la vez que malcriado Eustace. Tras reencontrarse con Caspian, rey de Narnia, y el valiente ratón Reepicheep conocen al capitán Lord Drinian, y se suman a la aventura del rescate de los siete lores expulsados por el usurpador de Narnia, Miraz, años atrás. La peripecia les llevará a vencer a los vendedores de esclavos, luchar contra las tentaciones, enfrentarse a serpientes marinas, hacer visibles a los invisibles, sortear la oscuridad y llegar al mismísimo umbral del fin del mundo.
Detrás de las cámaras
El eje central, como en todo relato de aventuras que se precie, se encuentra la lucha del bien contra el mal. En este caso el mal ya no aparece personalizado, sino que se enmascara en el interior como tentación del poder (Edmund-Caspian), de riqueza (Eustace) o de imagen (Lucy) todo ello difuminado en la oscuridad que todo lo envuelve. Del lado del bien la fe nuevamente representada en Lucy, el valor subrayado en Reepicheep y la conversión a una nueva vida de Eustace. Todos ellos siempre guiadas por las apariciones de Aslan.

La película, con discreción pero con profundidad, recoge el mensaje central del león crístico cuando invita a Edmund y Lucy a volver al mundo real: “Allí tengo otro nombre. Tenéis que aprender a conocerme por ese nombre. Éste fue el motivo por el que se os trajo a Narnia, para que al conocerme aquí durante un tiempo, me pudierais reconocer mejor allí”.