Empezando de nuevo tras la muerte de su madre, Anthony, de nueve años de edad, se muestra siempre pragmático, mientras que su hermano pequeño Damian, dos años menor que él, emplea la imaginación, la fantasía y la fe para que su confuso mundo tenga un sentido. Una maleta llena de billetes cae de los cielos a los pies de Damian y lleva a los niños a una aventura imperecedera que les hace darse cuenta de que el verdadero valor de las cosas no tiene nada que ver con el dinero.

Anthony y Damian son dos hermanos que se enfrentan a la muerte de su madre de dos maneras completamente diferentes. Para el primero esta situación le ofrece una posibilidad para sacar provecho cuando le convenga. Para el segundo, es una cierta angustia pues no sabe si su madre está en el cielo y es por ello una santa.
Damian, desde su ingenuidad y su profunda fe, cree que es Dios quien le ha enviado ese dinero encomendándole una misión: ayudar los pobres. Es llamativo que no busque otras respuestas más “razonables” al hallazgo del dinero. ¿Quién sino Dios podría enviarlo? Por ello la consecuencia lógica de ayudar a los pobres. Damian sólo quiere ser bueno, pero no sabe cómo hacerlo. Su hermano Anthony sólo se mueve en el mero cálculo matemático con un corazón frio e insensible. Para él los pobres no existen donde él vive.
De lo más interesante es la conversación que tiene al final Daniel con su madre cuando ella le dice que “tener fe en las personas les hace fuertes”.