Con el corazón en el domingo: PENTECOSTÉS

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Qué difícil es expresar lo que significa el Espíritu Santo. Como es difícil expresar el amor y la belleza, y sin embargo los sentimos y vivimos. Por eso, recurrimos a los símbolos, como siempre que intentamos describir lo sublime, lo inefable. Por ejemplo, el símbolo del fuego que calienta y purifica, el agua que crea vida, el viento que es energía. La vena de agua, que corre bajo la tierra, no se ve, pero crea vida y belleza; un día se agosta, y crece el desierto.

Al calor de Pentecostés, nació la Iglesia, comunidad de hombres y mujeres traspasados por el Espíritu. Hoy es el día fundacional, el cumpleaños de la Iglesia. Y en el fondo de esta Iglesia mana siempre el agua del Espíritu. Todos bebemos de un mismo Espíritu. Si la cosa es así, sólo nos queda gritar bien fuerte. Ven, Espíritu Santo.

 El Espíritu lo mueve todo, como el viento, ¿te dejarías llevar por él?