Gregorio Domínguez, Goyo, nació en 1960 en Fuentecén (Burgos). Estudió con los Hermanos Maristas. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y becado por el Departamento de Paisaje de la misma facultad, su obra ha sido expuesta desde los años noventa en distintas Galerías de Arte de España y del extranjero. Parte de su obra está expuesta en el Museo del Ulster de Irlanda en Dublín. Ha recibido varios premios, entre ellos la Primera Medalla Salón de Otoño (Madrid) en 1994. Pero, sin duda, Goyo es popular por un número muy significativo de obras religiosas. Famosísimo es su Cristo de la barca. En su haber tiene varios retratos de Cristo y María así como de fundadores de Familias religiosas.
EL RETRATO DEL P. DEHON
Llama la atención la capacidad de Goyo para representar la personalidad y las cualidades de los personajes de sus retratos. En este sentido, el retrato del P. Dehon puede sorprender, de hecho sorprende, por un cierto alejamiento formal de los retratos que estamos acostumbrados a ver. Sin embargo, esta desviación viene compensada con creces por la maestría con la que el autor ha reflejado su personalidad. Quizá no estemos viendo una imagen física totalmente fiel a los testimonios fotográficos, pero tenemos un auténtico espejo moral y psicológico del P. Dehon.
El tratamiento de las dos figuras es deliberadamente desigual. El detallismo del rostro del P. Dehon frente a la rapidez, casi de boceto, de Cristo nos desvela cuál es la figura real y cuál la evocada. La misma composición del cuadro, un tanto forzada por la necesidad de compaginar dos miradas directas y en la misma postura, delata esa primacía comunicativa del rostro del fundador sobre el de Cristo. No obstante, esta primacía es más estética que intencional.
El tratamiento de las dos figuras es deliberadamente desigual. El detallismo del rostro del P. Dehon frente a la rapidez, casi de boceto, de Cristo nos desvela cuál es la figura real y cuál la evocada. La misma composición del cuadro, un tanto forzada por la necesidad de compaginar dos miradas directas y en la misma postura, delata esa primacía comunicativa del rostro del fundador sobre el de Cristo. No obstante, esta primacía es más estética que intencional.
La luz es otro elemento a tener en cuenta. Una luz difusa abarca ambas figuras, matizándolas, envolviéndolas en un candor especial. Es una luz que apenas provoca sombras, las suficientes para dar volumen a las formas, y verosimilitud al gesto. Una luz amable y transparente que invita al diálogo entre el espectador y el retrato. El fondo neutro con manchas de colores fuertes acentúa esa transparencia de la luz y le quita profundidad al cuadro haciendo que las figuras se sitúen más en el mundo real del espectador que en su propio mundo.
Definitivamente, el cuadro del P. Dehon no está hecho simplemente para ser mirado sino para dejarnos mirar por él. Todos los elementos descritos invitan a la relación, al intercambio de miradas..