Sin duda, lo primero que llama la atención de la figura de Cristo es su humanidad. Una humanidad absolutamente contemporánea, no solo en el tratamiento estético y técnico de la imagen, sino en la contundencia y modernidad del rostro. Y, sin embargo, a pesar de ser un rostro tan humano, tan real y tan moderno, no nos parece estar mirando una cara que nos podamos encontrar en la calle. Es extraño, porque no hay signo alguno que nos verifique, a modo de nimbo, que ese personaje es divino. Dentro de su realismo, el autor ha sabido darle el idealismo suficiente como para situar delante de nosotros un personaje absolutamente trascendente.

Los ojos: Observemos detenidamente los ojos del Cristo de Goyo. Se trata de una mirada directa, penetrante y, a la vez, dulce, transparente. Es tan intensa que si aguantas los ojos más de cinco segundos en ellos no te deja indiferente. No es la mirada apasionada de un enamorado adolescente, es más bien la mirada del amor que se ha acostumbrado a esperar pacientemente. Si tapamos el ojo derecho, observaremos cómo el izquierdo está ligeramente más abierto y recibe más luz. Su mirada es directa, limpia y provocadora. Tapemos ahora el ojo izquierdo y observemos cómo el párpado cae ligeramente sobre ojo provocando una expresión de infinita ternura. Lucidez y ternura: las dos características de la misericordia (miseria-corazón), ese sentimiento divino que le provocamos los hombres. Y esa es precisamente la provocación de este Cristo que nos invita a entrar en relación directa e íntima con su mirada. Aceptar el reto de mirarle y aceptar ser mirado. Contemplar cómo me mira el amor: esta es la oración típicamente dehoniana.
- La boca: Con los labios levemente entreabiertos parece que se dirige con suavidad al espectador para decirte algo, ¿o acaba de hacerlo? La expresión no es crispada sino tranquila, como quien habla con la voz queda, la voz de la intimidad. Es el espectador el que tiene que discernir si lo que sale de los labios de Cristo es una llamada nueva que está a punto de ser pronunciada o una Palabra antigua que resuena.