Expres-arte: Sagrado Corazón, Goyo (III)

"El Costado abierto y el Corazón traspasado del Salvador son para el Padre Dehon la expresión más evocadora de un amor cuya presencia activa experimenta en su propia vida" (CST 2).

El Corazón de Cristo abierto por la lanza del soldado es el centro de toda la experiencia espiritual dehoniana. En esta imagen tremenda del Corazón que vierte hasta la última gota de su sangre se resume todo el misterio de la Cruz y con él todo el misterio del empeño divino de abajarse hasta lo más hondo de la condición humana: el sufrimiento y la muerte injusta.

Este aspecto dramático de la historia de la salvación, huyendo de una iconografía sangrienta y agresiva viene insinuado en el cuadro por el desgarro de la túnica que permite ver el pecho de Cristo. No es una abertura natural, está deliberadamente descentrada, como un rasgón del cuello de la túnica. Es este desgarro el que completa el símbolo del destello para dar cuenta del doble movimiento del mismo misterio pascual: muerte y resurrección, abajamiento y exaltación.

El Corazón traspasado, desgarrado, abierto del Crucificado es uno de los símbolos evangélicos donde se concentra mayor significación teológica. Por una parte, es el colofón de la pasión humana de Cristo, como cierre y conclusión lógica de toda una vida solidaria, abandonada, descentrada de sí para los demás. En segundo lugar, la herida del Corazón, que amó tan profunda y humanamente y es tratado de una manera tan brutal, es una denuncia profética del mal y de la injusticia. Desde Dios, el Corazón abierto de su Hijo en la cruz nos da cuenta de lo que ya buscábamos con ansia cuando contemplábamos la humanidad de Cristo: los sentimientos de Dios. Solo que aquí, esos sentimientos adquieren tal intensidad, tal fuerza, que son inabarcables en sí mismos. El Corazón de Cristo es la expresión más plástica del amor de Dios por el hombre que llega al extremo de dejarse herir, y aún muerto, entregar la última gota de su sangre. 

En palabras del P. Dehon: “Y en el evangelio, el evangelio del Verbo hecho carne nuestra, todo nos habla de amor... Al hacerse hombre, el Hijo de Dios no ha podido cesar de ser todo amor, porque habría cesado de ser Dios. Su Corazón encierra todo su amor”.
Tan solo esta experiencia debería estremecer a quien la contempla. La pregunta clave aquí es: ¿quién es este Dios que ama de esta manera? Pregunta que no tiene por respuesta más que el dejarse inundar por el misterio infinito de un amor inabarcable e incomprensible. Esa pregunta trae de la mano otra no menos radical: ¿quién soy yo para que Dios me ame así? Tampoco tiene respuesta formal esta pregunta, salvo el sentimiento cierto y perdurable de que nuestro yo ha sido librado repentinamente de todas nuestras inquietudes.

En otras palabras: se trata de la certeza de que hemos sido salvados portentosamente.