Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Las verdades en las que el hombre decide la autenticidad de su propia existencia, las relacionadas con el bien y la justicia, y con la fuente de todo bien y toda verdad... esas son las cosas que Dios ha querido revelar a la gente sencilla, mientras que se las ha ocultado a los sabios y entendidos. Y es que, efectivamente, las cosas de las que habla Jesús, no son una mera instrucción moral o una nueva cosmovisión filosófica, sino una verdadera revelación, un don que Dios nos hace por medio de Jesucristo: las Bienaventuranzas, el amor universal, que incluye a los enemigos, y llega hasta el don de la propia vida, el perdón sin límites, la fidelidad, la confianza en Dios nuestro Padre, incluso en los momentos de adversidad, la difícil comprensión del mesianismo de Cristo, que lo llevó a la cruz. Todas estas son cosas que Dios ha revelado por medio de Cristo, y que requieren un corazón bien dispuesto, abierto, sencillo, como dice Jesús, esto es, curado de la hinchazón de la soberbia y la seguridad exclusiva en las propias fuerzas.

De hecho, “estas cosas”, aunque suenen tan bien, no son tan fáciles de entender. Muy posiblemente, eran muchos en tiempos de Jesús los que torcían el gesto cuando oían por primera vez hablar de ellas. También es muy posible que nosotros mismos lo torzamos cuando nos encontramos en situaciones que nos exigen llevar a la práctica estas verdades evangélicas, es decir, aceptar vitalmente “estas cosas”. Examinando nuestra actitud real, concreta y práctica respecto de ellas, podemos intuir si nos encontramos en el grupo de los sabios y entendidos, o en el de la gente sencilla.