Con el corazón en el domingo: III Semana de Adviento


Sí, realmente, la alegría que brota de la esperanza activa es un rasgo distintivo de la vida cristiana. Es una alegría que nos pone en tensión y en movimiento, que nos abre al futuro y nos prepara para sorpresas que no se pueden programar. Tomamos nota de nuestra ignorancia, acogiendo lo que nos dice Juan, y preparamos nuestro corazón para un nuevo encuentro con el que está en camino y viene a nuestro encuentro. Eso de un “nuevo” encuentro debemos entenderlo en sentido literal. No se trata de “un encuentro más”, “otro”, “uno de tantos”, como tantas navidades o años nuevos que después envejecen rápidamente (no hay ni que esperar doce meses). Aquí se trata de un nuevo encuentro, porque es un encuentro inédito, Jesús quiere revelarnos nuevos aspectos que no conocíamos, profundidades que nos estaban vetadas, dones para los que éramos todavía ciegos, también exigencias para las que todavía no estábamos preparados. Es esta novedad verdadera la que hace tan urgente que nos preparemos bien, que no dejemos que la rutina nos haga insensibles “al que está ya cerca, en medio de nosotros, pero todavía no hemos reconocido del todo”.

La alegría cristiana no es ingenua, inconsciente, alienada. Si hablamos de una alegría que brota de la esperanza y de una presencia que todavía no conocemos, estamos reconociendo que estamos en camino y que no todo es “como debe ser”. Si aspiramos a la luz es porque hay todavía oscuridad. No olvidemos que esta alegría ha seguido a un consuelo. Y necesitamos el consuelo porque experimentamos el mal de múltiples formas, en nosotros mismos y en los demás.