Con el corazón en el domingo: Ascensión

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

La Ascensión de Jesús a los cielos, esto es, a su Padre, es el movimiento correlativo y complementario al de su Encarnación. Ese abajamiento realizado para compartir en todo la condición humana, llegó al extremo cuando asumió la muerte humana: “hasta la muerte y muerte de cruz”. En la Ascensión, que debemos entender como una manifestación más de la Resurrección, Jesús eleva nuestra condición humana hasta la altura del mismo Dios. Así pues, Dios se abaja en Cristo para elevar al hombre: para restaurar la imagen de Dios que él lleva en sí, y que ha quedado desfigurada por el pecado, y, todavía más, para hacerle partícipe de la condición de hijo de Dios.

Es claro que no debemos entender este “ascenso”, este “subir” en sentido meramente físico, aunque Lucas lo describa de ese modo. A veces se tiene la sensación de que ciertas expresiones antirreligiosas (que hoy en día se están extendiendo con bastante virulencia) son tan ingenuas, si no más, que ciertas formas de creencia religiosa. Recuerdo las clases de filosofía de un viejo profesor soviético en Krasnoyarsk, que hacía frecuentes citas bíblicas, leyendo los textos con la misma literalidad que el más simplón de los fundamentalistas (sólo que a la contra, claro). En ese sentido cabe entender la famosa frase de Yuri Gagarin, el primer astronauta, tras su viaje espacial: “no he visto a Dios”. Es evidente que la Ascensión de Jesús no fue un viaje al “arriba” cósmico.

Existen dimensiones “superiores” que sólo se ven si se tiene abierto algo más que los ojos, como le decía el zorro al Principito: “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Es de esa altura de la que nos habla hoy la Ascensión: el “altum” que significa al mismo tiempo “profundo.