En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,
camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron
un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las
manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
El relato de hoy de la curación del sordomudo nos da indicaciones
preciosas sobre la salvación que Dios nos ofrece en Jesucristo. En
primer lugar, su carácter abierto, incondicional y universal: la
curación tiene lugar fuera de los límites de Israel, en territorio
pagano, igual que la de la hija de la mujer fenicia (cf. Mc 7, 24); en
este caso ni siquiera se nos da noticia de la fe ni la pertenencia
religiosa de ese hombre. Aunque la expresión curativa de Jesús, “Effetá”
(Ephphatha, una forma del imperativo hippataj, “¡Sea
abierto!”) que es un término arameo de origen hebreo, puede reivindicar
que la salvación, abierta a todos, de hecho “viene de los judíos” (cf.
Jn 4, 22). En segundo lugar, la acción curativa no sólo no busca, sino
que evita la publicidad, para obviar malas comprensiones, precisamente,
médicas o taumatúrgicas: el peligro de quedarse sólo en el bienestar
material (y reducir a esto la salvación), o de provocar una fe
interesada. La salvación que ofrece Jesús se debe aceptar sólo por la fe
y la acogida de su palabra, y no por posibles ventajas que se puedan
obtener.
Jesús, en efecto, al abrir los oídos y la boca del sordomudo está
realizando una acción salvífica que llama a ese hombre y a todos los que
la contemplan (a todos nosotros) a abrir los oídos a la Palabra de Dios
y la boca a su alabanza.