En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto
ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que
enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os
la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me
amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que
yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda,
sigáis creyendo.»
El amor basado en la Palabra y que nos pacifica, nos pertrecha para el
camino. Cada uno de nosotros, la Iglesia entera, avanza por la historia
llamada a trasmitir esta Palabra pacíficamente, de manera dialogal. Es
lo que se desprende de la primera lectura. Un grave conflicto amenaza a
la comunidad. Se están extendiendo interpretaciones del Evangelio que no
son compatibles con su verdadero contenido. Algunos quieren hacer de él
una leve variante del judaísmo, que pretenden imponer a los convertidos
del paganismo. La comunidad, dócil al Espíritu, se pone a la escucha,
recuerda, dialoga y decide. No es el triunfo de un partido o un grupo,
sino el triunfo del amor iluminado por la Palabra, que restablece la paz
de la comunidad. No puede no haber conflictos y problemas mientras la
naturaleza humana sea la que es y no haya alcanzado la meta definitiva
de la salvación. Los discípulos de Jesús han de distinguirse, por tanto,
no por la ausencia de conflictos, sino por el modo de resolverlos: con
voluntad de diálogo y acogida mutua, dóciles al Espíritu, con la
sabiduría del amor que nos enseña el Maestro y nos inspira su Espíritu.
Cuando somos fieles a este “método” no sólo estamos resolviendo
conflictos (ni siquiera está dicho que los acabemos resolviendo todos),
sino que estamos haciendo algo mucho más importante, que repetimos cada
día como petición en la oración del Padre nuestro: al guardar su Palabra
estamos haciendo que se cumpla la voluntad de Dios (de amor, de
diálogo, de paz) en la tierra, como ya se cumple en el cielo. Es decir,
estamos trayendo el cielo a la tierra, estamos contribuyendo a que
descienda del cielo la Nueva Jerusalén, abriendo espacios en nuestra
historia en los que, sobre el fundamento de los apóstoles, la gloria de
Dios nos ilumina por medio de la lámpara de luz que es el mismo
Jesucristo, el Cordero inmolado por amor y para la salvación de todos.