Expres-arte: La incredulidad de Santo Tomás

TOCAR LA RESURRECCIÓN

Sobre el lienzo de la “Incredulidad de Santo Tomás” de Caravaggio
 
Este lienzo, que se encuentra en el Neues Palais de Postdam, destaca por su esencialidad. Dejando el fondo oscuro y vacío, el pintor enfatiza la presencia de los personajes, cuyos rostros y atuendos revelan la preferencia evangélica por los desposeídos.

Resulta muy interesante el estudio de la iluminación. En este óleo, la luz funciona como un espacio autónomo, como un personaje más, y como tiempo, pues introduce el ritmo narrativo.

La luz caravaggiesca simboliza siempre la presencia de lo sobrenatural, de lo divino, de acuerdo con la metafísica de la luz de Platón o S. Agustín: Dios es la luz.

La escena ilustra con gran verismo la narración de Jn 20, 24-29, mostrando el momento en que Tomás introduce su dedo en la llaga del costado de Cristo. Un hecho que podría parecer prosaico, constituye la mayor prueba física del reconocimiento de Cristo, la definitiva demostración de su regreso desde el reino de los muertos.

El pintor ejecuta una composición que converge en la llaga, de tal modo que la atención de los personajes del lienzo y la de los espectadores se ve irremisiblemente atraída por esta prueba física.

Por medio del dedo de Tomás, el espectador toca el costado de Cristo. Su herida es al mismo tiempo el punto sensible del cuadro y el elemento que cristaliza el sentido profundo del tema.

El habitual naturalismo descarnado de Caravaggio se vuelve aquí casi de sentido científico: la luz fría cae en fogonazos irregulares sobre las figuras, iluminando el cuerpo de Cristo con un tono macilento, que le hace aparecer como un cadáver, envuelto aún en el sudario (no es una túnica).

La forma de pintarlo no deja lugar a dudas de que Jesús ha estado en el reino de los muertos, y que a pesar de ello, ha vuelto.

Por otra parte, es impresionante el realismo con el que el artista retrata a Tomás, con la frente y el cuello en tensión ante la comprobación del milagro. La ropa raída y la tosquedad de los rostros desvelan un discurso teológico muy concreto, centrado en los humildes.

Una incredulidad legítima

Limitándonos a una interpretación superficial, podría parecer que este relato evangélico de la incredulidad de Tomás le ha hecho un flaco favor a la imagen del Santo, quien aparece con una actitud de  desconfianza y recelo; tras un análisis más profundo se desvela que la intención de la narración hay que entenderla en clave catequética: predicar la fe ciega,  la confianza absoluta en la promesa de salvación.

Sin embargo, hay que advertir que la petición de Tomás de meter el dedo en la llaga es absolutamente legítima. El no estaba allí cuando apareció Cristo resucitado. El no había sido testigo de la Resurrección... y necesitaba tocarla.

Esa es también mi experiencia pascual, y creo que la de muchos cristianos; que a pesar de haber visto tantas veces aparecer a Cristo en nuestras vidas, necesitamos cada Pascua que vuelva a hacerse presente su Resurrección, que nos permita tocar sus llagas en la Eucaristía.

Por eso Dios se hizo carne, para poder ofrecernos un cuerpo palpable, para que la fe no fuese una abstracción sino fruto de la presencia de un Cristo histórico, corpóreo.

De forma sutil, el óleo refleja que la duda no es exclusiva de Tomás, y lo evidencia presentando a dos apóstoles que se acercan descaradamente para verificar “la prueba”, como si ellos también necesitaran cerciorarse.

El Cristo de Caravaggio también parece asumir con comprensión la actitud del Santo, porque El mismo coge la mano de Tomás para dirigirla al costado herido. Es como si quisiera acompañarlo, y también a nosotros, en un hallazgo que escapa a la capacidad humana de comprensión.

Resulta muy revelador que la prueba que Cristo presenta de su Resurrección es una referencia a la Cruz. Así, la prueba de la crucifixión se convierte en la prueba de la Resurrección.

No en vano la Pascua es un misterio que une muerte y vida. Ese es el motivo de nuestra alegría, celebramos que, a pesar de conocer nuestras dudas y nuestras muertes diarias, Cristo mismo toma nuestra mano y la conduce hasta hendirla en su cuerpo llagado, para hacernos descubrir que la muerte está vencida.