Con el corazón en el domingo: La Sagrada Familia

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.»
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño.»
Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría Nazareno.

 La luz brilla en las tinieblas: la Palabra se hace carne. Deslumbrados por la natividad de Jesús en medio de la noche de nuestro mundo, nuestros ojos han quedado prendados por este foco de luz y han contemplado al Niño. Pero en cuanto nuestras pupilas se han acostumbrado, han ido vislumbrando también los detalles que habían quedado en la penumbra a causa de ese resplandor. Junto al niño Jesús descubrimos a María, a José, personajes sin los cuales esta presencia no hubiera sido posible. Y es que el Verbo se ha hecho hombre, carne humana, pero ser hombre es en su misma entraña entrar en relación. “El hombre” así, en general, es una pura abstracción. No existe el individuo humano como tal, sino la persona, ciertamente única, insustituible, pero anudada también a toda una red de relaciones: ser hombre significa necesariamente ser hijo, hermano, amigo, vecino, de un modo u otro, padre o madre.

Al mirar y contemplar hoy al niño Jesús en el seno de su familia humana, Familia Sagrada, porque sagrada es la realidad familiar, queremos descubrir en él el designio de amor que Dios tiene para con cada uno de nosotros, y que está ligado necesariamente a nuestras familias: dar las gracias por los padres que tenemos o hemos tenido, más allá de que hayan sido mejores o peores, también por nuestros hermanos y hermanas, por todo el resto de nuestros familiares. También los maridos deben dar gracias por sus mujeres, y las mujeres por su maridos, y juntos por sus hijos. Debemos hoy también pedir por el fortalecimiento de los vínculos familiares, basados en el amor mutuo, el amor que nos enseñó Cristo, que es capacidad de asumir responsabilidades y que culmina en la disposición a dar la vida por los demás (y nunca en el pretendido derecho de disponer de la vida de los demás); vínculos de los que depende en gran medida la salud y el futuro de la sociedad. Y, al comprender que Jesús nació en una familia concreta, pero no para quedarse en ella para siempre, sino para reunirnos a todos en la gran familia de los hijos de Dios, debemos sentirnos miembros de esa familia, por la que ningún ser humano es para nosotros “extraño”, ajeno, sino en el que podemos descubrir a un hermano nuestro, gracias al hijo de Dios que, al nacer, se ha hecho hijo del hombre.