En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ése es aquel de
quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí,
porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a
bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

El bautismo del Espíritu en el que hemos sido bautizados nos une con
Cristo, Cordero e Hijo de Dios, débil por la debilidad de nuestra carne
que ha asumido al nacer como hombre, y fuerte porque es el Hijo de Dios,
la encarnación de su amor; nos unimos, pues, en el bautismo con esa
lucha de Jesús con el mal y el pecado del mundo, que es nuestro mal y
nuestro pecado.
Los métodos de Jesús (la entrega personal, el tomar sobre sí, el perdón
y la reconciliación, la renuncia a la venganza y al odio) pueden
parecernos a veces poco eficaces. Jesús experimentó también esta
tentación (no de otra cosa hablan las tentaciones de Jesús en el
desierto que relatan los evangelios sinópticos) y que se expresa en las
palabras del profeta Isaías (omitidas en el texto de la primera lectura:
“Por poco me he fatigado, en vano e inútilmente he gastado mis fuerzas”
Is 49, 4). Pero la fe nos llama a fiarnos de los “métodos” de Jesús, a
vencer el mal sólo con el bien, confiando en que éste tiene una potencia
infinitamente superior a todas las fuerzas del mal, como se ha
manifestado en la resurrección de Jesús de entre los muertos.
También Pablo nos sirve de ejemplo. Es un ejemplo especialmente
pertinente frente a la tentación del uso de la violencia en nombre de
Dios y de la verdadera religión. Saulo fue perseguidor violento en
nombre de Dios, pero renunció a la violencia al encontrarse con Cristo,
adoptó la actitud contraria, de dar la vida por Cristo y por los
hermanos, y fue así como se encontró a sí mismo, su verdadera identidad,
su auténtico yo y su propia vocación: Pablo, apóstol de Cristo Jesús
por designio de Dios.