Con el corazón en el domingo

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftali. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, al que llaman Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Al comienzo del ministerio público de Jesús el evangelista Mateo nos vuelve a recordar la profecía de Isaías que resonó en la noche de Navidad: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande”. La luz de la Navidad, reconocida y testimoniada por el profeta Juan, empieza a brillar con luz propia. Mateo nos indica que se cierra un ciclo, el de Juan (“cuando arrestaron a Juan…”), y empieza un tiempo nuevo. También para Jesús, que deja el pueblo en el que están sus raíces y marcha a la ciudad. Como no es posible esconder la luz ni ponerle un límite, Jesús comienza su ministerio en una encrucijada de caminos: la luz procede de Israel (“predicaba en las sinagogas”), pero se dirige realmente a todos (“camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles”). El tiempo nuevo, si bien enlaza con el anterior (cumple las profecías, se inaugura con el bautismo de Juan, recoge el núcleo del mensaje de éste), exige actitudes nuevas: para reconocer la presencia cercana de Dios es preciso romper con el pecado; o, tal vez, más exactamente, porque se ha acercado a nosotros el Reino de Dios, es posible romper con el pecado, pues se ha hecho presente el perdón y la fuente de la vida.