En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede estar al
servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al
contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis
servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la
vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con
qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo
que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni
almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de
agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os
agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni
trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba
vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el
campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho
más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué
vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los
gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que
tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su
justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis
por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le
bastan sus disgustos.»
El evangelio de Jesús, como vemos, nos concede una verdadera sabiduría
para la vida cotidiana, un criterio para juzgar y apreciar todos los
bienes, nos da un auténtico “orden del corazón” (un ordo amoris, como decía San Agustín) que nos hace libres (señores) y, además, nos enseña a disfrutar de la vida, del cada día que
ella nos regala, es verdad que con sus agobios y afanes, pero que, en
virtud de la confiada apertura a la providencia del Padre (y Madre, nos
recuerda Isaías), no nos ahogan, pues se limitan a ser el afán de cada
día. Es decir, Jesús nos enseña a dosificar las necesidades y también
los afanes, sin por ello renunciar a los grandes ideales que deben
llenar nuestro corazón (el Reino de Dios y su justicia). Y es que si
somos servidores de Dios y de los hermanos (administradores de los
misterios de Dios, nos recuerda Pablo), el día a día de nuestra vida es
el banco de pruebas de nuestra fidelidad: el lugar en el que, en el
trato con los asuntos (agobios y afanes) cotidianos, vamos encarnando el
Reino de Dios, el ideal evangélico.
Os dejamos una canción para que reflexioneis sobre lo que nos dice el evangelio de hoy, y... ¡acuérdate! ¡VALES MÁS QUE UNA ROSA, MÁS QUE LOS LIRIOS DEL CAMPO!