En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser
tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus
cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."»
Jesús le dijo: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."»
Jesús le dijo: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

El relato del Génesis nos ilumina sobre la esencia de la tentación y
del pecado. El paraíso es el mundo (un mundo sin pecado sería
ciertamente un paraíso), el centro del paraíso es el hombre, cumbre de
la creación a quien Dios le confía su obra. En ese centro está “el árbol
prohibido”. ¿Qué árbol es éste, el único del que le está prohibido
comer al hombre? ¿Ha de entenderse como una prueba que Dios pone a la
fidelidad del hombre? Pero, ¿no sería esto un gesto de desconfianza? O,
lo que es peor, una trampa.
Porque, si lo pensamos bien, ¿qué tiene de
malo comer de un árbol, por muy en el centro que esté? ¿Y si en vez de
comer de un árbol hubiera prohibido atravesar una raya? Pero no debemos
entender los mandatos de Dios de manera tan arbitraria. No olvidemos que
se trata del árbol del conocimiento del bien y del mal: una realidad viva, que da frutos y se encuentra en el centro del jardín es la conciencia moral. El
ser humano tiene conciencia, distingue de manera espontánea y más o
menos clara el bien del mal. Que no puede comer los frutos significa que
no puede disponer del orden moral a su antojo, ni puede cambiar
arbitrariamente su significado. No puede decidir, por ejemplo, que
“mentir para él sea bueno, de manera que mintiendo se haga bueno”. Podrá
mentir el hombre por motivos cualesquiera, pero no puede hacer de la
mendacidad una virtud.
El relato habla también del tentador: la astuta serpiente: la tentación
no viene de Dios, sino de una realidad creada: el diablo, por la vía
del inconsciente, o la imaginación, o el entorno... El ser humano
percibe una incitación a transgredir el orden moral, a disponer de él a
su antojo, a “ser como dios”, haciendo que sea en sí bueno lo que sólo
le viene bien. En esa inclinación siempre existe un cierto bien. El
tentador no nos dice que hagamos lo que está mal, sino que nos lo pinta
como algo bueno: el árbol era “apetitoso, atrayente y deseable, porque
daba inteligencia” (saber, poder, placer...).