[...] La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor
nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y
Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de
hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en
el pecado...
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma,
sino —dice San Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata
de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al
contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la
lógica de la Encarnación y la Cruz.
Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la
limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente
piedad filantrópica.
¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del
Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque
necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la
gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el
peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para
consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que
el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de
Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, San Pablo conoce
bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo»
(Heb 1, 2).
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?
Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el
buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado
medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da
verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor
lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros
Podríamos pensar que este "camino" de la pobreza fue el de Jesús,
mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el
mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en
todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo
mediante la pobreza de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar
las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a
realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con
la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad,
sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria
material, la miseria moral y la miseria espiritual.
La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien
preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a
otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele:
no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial.