En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del
pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una
viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa
del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado
el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para
percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando
a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con
ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán
respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:
"Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia."
Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora,
cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
La parábola de los viñadores homicidas es una clara referencia a las
relaciones entre el Reino de Dios y el pueblo de Israel. En el Antiguo
Testamento (primera lectura de Isaías), Israel es la viña plantada por
Dios “qué esperando que diera uvas, dio agrazones”. En el texto se hace
alusión a que los principales profetas fueron, por lo general,
maltratados, finalmente, no se detuvieron ni ante el “hijo” al que
condujeron fuera de la ciudad para matarlo. La conclusión es clara: se
les quitará el Reino por despreciar la piedra angular y “se dará a un
pueblo que produzca sus frutos”. ¿Qué nos dice esto en nuestro contexto
de hoy?
Podemos descubrir en nuestra Iglesia esa viña que ha sido plantada por
Dios. También hoy, Él nos envía mensajeros para comprobar si nuestro
trabajo está en función del Reino o de nuestros intereses. Podríamos
repasar la historia de la Iglesia que tiene un solo dueño: Dios; pero
que a lo largo de los tiempos, en ella se han mezclado intereses
personales y mezquinos, reformadores que fueron maltratados,
corruptelas, no aceptación de los cambios, (de lo que es buen exponente
el Concilio Vaticano II) y otras lindezas. Es verdad que todo esto ya se
encargan de resaltarlo nuestros detractores, pero la parábola de hoy es
una seria advertencia a todos los que, de una manera u otra, nos
sentimos los dueños de la comunidad, más preocupados de llevar adelante
nuestros proyectos que de pensar cuales son los proyectos de Dios para
su Iglesia. El estar dentro de la Iglesia no nos da garantías de estar
trabajando para Dios si nuestra actitud profunda no se adecua a los
criterios del Reino, presentados en todos los domingos anteriores. No
tengamos miedo a leer la historia de estos XXI siglos a la luz de esta
parábola, muchas cosas incomprensibles pueden resultar más claras y
diáfanas.