En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más
que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he
bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

El bautismo en el Espíritu nos invita cada día a replantearnos nuestra
fe cristiana, la vida de nuestra familia, de nuestra comunidad, nuestra
relación con los pobres, la tarea pastoral… Llama a ir más allá de las
cosas viejas, de pensar que uno es bueno porque no peca o porque se
arrepiente. Es mirar hacia delante, hacia lo nuevo para ir construyendo
nuestro proyecto de cristianos; con el bautismo comienza todo. No es de
extrañar, que al relato le den tanta importancia los evangelistas,
alguien dijo:”de cómo sea la puerta dependerá lo que hay dentro”; el
bautismo es la puerta de la Iglesia. Ahora que estamos hablando mucho de
la Evangelización y el Papa nos invita a salir, convendría también
plantearnos la práctica habitual con los que se acercan a solicitar
algún sacramento a nuestras parroquias, reflexionar como acoger y que
proponer.
Revisar nuestro testimonio en la sociedad y sobre todo con los pobres y excluidos es una derivación de nuestro bautismo, las palabras que se escuchan desde el cielo valen para todos: “Tú eres mi hijo amado”. Él nos amó primero, nuestros nombres están escritos en el cielo. Todo hombre tiene un valor infinito a los ojos de Dios. Estar bautizado es eso, ser hermanos de todas las personas que Dios quiere, sean o no cumplidoras, es ser testigos del amor de Dios.