Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

El Evangelio de este domingo y el del siguiente son relatos de vocación, el de hoy se centra en el encuentro con Jesús. Cada uno de nosotros, como Samuel, Juan, Andrés o Pedro, hemos descubierto a Jesús que se cruzó en nuestro camino. Entonces pasamos de lo conocido, lo seguro, al mundo de lo desconocido, lo nuevo: “serían las cuatro de la tarde”, es preciso recordar de vez en cuando aquel momento. Sin un: “¿dónde vives?”, sin la seducción de seguirle, no hay discípulo. Sabíamos poco, Él nos dijo: “Venid y veréis” y en eso estamos. Hemos de hacernos con una experiencia de encuentro con Jesús para ser cristianos.

“Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día”, hay algo que les preocupa a los dos discípulos: dónde vive Jesús. Es decir: qué piensa, qué hace, qué proyectos tiene… Para eso hay que ir y ver; hay que moverse, salir de uno mismo; hay que palpar, experimentar. Nada de doctrinas, es una experiencia personal, es convivir con él y quedarse con él. El resto vendrá con el tiempo: escuchar su palabra, interpretar sus gestos, asumir su destino, vivir su estilo de vida… y se tratará de seguirle, no de imitarle, que es imposible. Quizás ya llevamos varios años siguiendo a Jesús y estamos como Samuel a quien “el Señor no le había revelado su Palabra”, por eso Elí nos dice: “Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. Este es el proceso normal de la fe: lanzarse hacia delante e iniciar un camino nuevo, pero sin toda esa seguridad de un mundo ya pensado, hecho y terminado. Estamos en el tiempo de ver, pensar, meditar, comparar, analizar, enjuiciar, decidirse, equivocarse y volver a comenzar. Es momento de descubrir la Palabra de Dios revelada en Cristo; ni el catecismo, ni las predicaciones, ni los libros teológicos, pueden suplir a la llamada que debemos escuchar en el interior de nuestra vida.