Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los
reinos del mundo y su gloria, y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

Estamos en Cuaresma, un  tiempo litúrgico en el que se confrontan la muerte y la vida. Ya desde el Génesis, Dios sopla y “convierte al hombre en un ser vivo” y lo “plantó en un jardín en Edén” rodeado de árboles hermosos y además el “árbol de la vida, en mitad del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal” y les dijo: “No comáis de él ni lo toquéis bajo pena de muerte”. La serpiente: “replicó a la mujer: no moriréis, seréis como Dios”, “comió y ofreció a su marido, que también comió”, “entonces se dieron cuenta de que estaban desnudos”. Eligieron entre la muerte y la vida, es el drama del hombre. 

Buscamos la vida, pero nos dejamos tentar por la muerte, parece un contrasentido, pero basta leer o escuchar cada mañana la radio o el periódico, para darnos cuenta que proclamamos la vida y no cuidamos el medio ambiente, vendemos armas o dejamos que el hambre asole a millones de personas. Pero nuestra lucha, no es sólo una lucha social o externa, también es una lucha que se plantea en nuestro interior, aspiramos a ser fieles a nuestros ideales, a vivir coherentemente y en demasiadas ocasiones traicionamos o no vivimos, según aquello que consideramos, que es lo que nos hace personas, hombres.

Jesús tiene este mismo dilema, que se plasma en el Evangelio de hoy. A todo hombre, y Jesús era hombre, le gusta el prestigio, la fama,  la comodidad, sentirse dueño de las cosas, poseer, mandar… es difícil plantarse a lo que aparece ante el mundo, como el verdadero rostro de la vida. Cómo decir lárgate, a esa propuesta que se le presentó a Eva, para ser como Dios, y seguir a alguien, que nos propone ser los más pequeños, para ser los más importantes. Morir para dar vida, menguar para crecer. Parece ir contra nuestro ser, acostumbrados como estamos, más a las facilidades que a las responsabilidades, al pan tasado que a la libertad de escoger.

La verdadera tentación, es no cumplir el proyecto que Dios tiene sobre nosotros, ésta fue la tentación de Jesús, que le acompañó toda la vida, incluso hasta antes de morir. Caer en ella es morir a lo que debemos ser, a nuestras esperanzas, a la misión que tenemos en el mundo. No tenemos un Dios que nos libre de los riesgos de la vida, nosotros sabemos que nuestro Dios, nos ha puesto aquí para ser nosotros mismos, hasta el final de nuestros días. Jesús que es el hombre nuevo, el nuevo Adán, es el que nos marca el camino y nos descubre las trampas, que nos llevan a la muerte.