Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Alguno puede preguntarse si la fiesta de hoy, no es una repetición
del día de Jueves Santo, (en ella también celebramos el Día de Amor
Fraterno y de la Caridad), o de lo que actualizamos cada domingo y cada
día en la Eucaristía. Hay que remontarse a la tradición, para conocer el
verdadero sentido de esta fiesta, que está sobre todo, centrada en la
adoración al Santísimo y su vivencia en la religiosidad popular.
Hoy salimos a la calle en procesión, esperemos que no con la pretensión,
de enseñar nuestras Custodias, palios, peinetas… lo cual nos
convertiría, en una muestra de arqueología. Salimos, porque Él está
siempre en salida y aunque a nosotros nos cueste, quiere poner su mesa
en las casas, en las calles, en las plazas, en las esquinas. Derramó su
sangre por todos o por muchos, no entremos en discusiones litúrgicas, y
nos recuerda que nosotros, debemos poner también nuestra vida al
servicio del pueblo.
Al celebrar la Eucaristía, reconocemos que nuestra vida, nuestros
bienes, nuestro trabajo, son un bien de toda la comunidad, renunciamos
como Jesús, a la pertenencia exclusiva. Por eso, para celebrar esta
fiesta se necesita valentía, sólo desde la audacia, se puede creer en el
desafío que nos recuerda, que nuestra vida no es una propiedad privada,
sino algo que está al servicio del bien común. Nos lo deja claro el
lema de Cáritas, en este Día de la Caridad: “Llamados a ser comunidad”.
Antes, nos lo ha dicho en la segunda lectura San Pablo en su carta a los
Corintios: “El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos
en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el
cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.
Se trata de vivir en este día la “cultura del encuentro”, éste es el
sentido de nuestra presencia en las calles, la Campaña de Cáritas,
recoge unas palabras del papa Francisco que nos lo explicita: “La
acogida y la apertura a los demás, lejos del miedo que sólo nos lleva a
ver riesgos y peligros, son una oportunidad para descubrir el rostro de
Dios en cada hermano y hermana, para celebrar en comunión los dones y
riquezas que nos regala a cada uno para poner al servicio de la
construcción del bien común que es de todos”. Al comer juntos el pan,
les decimos a los hermanos: esta es mi vida entregada por vosotros
(repasemos el Evangelio de hoy). Comulgar es darse a los demás y recibir
a los demás, saber aceptar al “extraño” en nuestro grupo, nuestra mesa,
nuestros círculos, nuestro pueblo, nuestro barrio… y eso es el
encuentro, del que se nos habla desde Cáritas.
Lo que estamos haciendo este domingo, es para hombres y mujeres recios,
no es algo ritual o vacío, es poner en juego la vida, es donarse y
aceptar la vida de los otros, es dejarse habitar por Jesús y habitar en
Él. Es compartir la mesa del trabajo diario, con toda la humanidad que
sufre, no separar esta mesa del altar, de las mesas de la vida. Será
quizás por eso, por lo que nos cuesta tanto celebrar la Eucaristía y
salir a la calle, acompañando en procesión a todos los que buscan su
liberación. Es mejor domesticar lo que nació como alternativo,
subversivo y revolucionario, aunque a unos cuantos les fuera la vida en
ello.