En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca,
repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu
hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo
el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les
hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que
todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que
desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además,
que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo,
se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
¿Quiénes son los profetas? Los imaginamos un escalón más arriba de
nosotros y diciéndonos siempre con fuertes voces lo que no debemos
hacer. Pero no es cierto. En la comunidad cristiana todos somos profetas
y, al mismo tiempo, todos destinatarios de la profecía. Es decir, la
comunidad cristiana no se divide en unos, los menos, que están arriba y
dicen a los demás lo que deben hacer. Y otros, la mayoría, que están
abajo y obedecen. El Evangelio de hoy nos habla de una comunidad que
comparte el mismo Espíritu. Los discípulos participan por igual en el
culto (“donde dos o tres estén reunidos en mi nombre...”), en la oración
(“si dos de vosotros se ponen de acuerdo en
la tierra para pedir algo...”), en la toma de decisiones (“todo lo que
atéis en la tierra quedará atado en el cielo...”) y en la corrección
fraterna (“si tu hermano peca, repréndelo a solas...”). El profetismo
es, pues, responsabilidad de la comunidad y de cada uno de sus miembros.
La profecía no es exclusiva de ninguna persona en la comunidad. Pero
esa profecía, para ser cristiana, tiene que tener en cuenta dos aspectos
importantes.
En primer lugar, la comunidad profética es al mismo tiempo la primera
receptora de esa profecía. Eso nos tiene que hacer muy humildes. La
palabra profética, la corrección, se orienta a ayudarnos a crecer como
personas y como comunidad. Con humildad la escuchamos, la acogemos y
tratamos de llevarla a la práctica, de cambiar nuestras vidas en orden a
crecer en nuestra vida cristiana. Incluso cuando la profecía se dirige
hacia fuera de la comunidad es también profecía humilde y sanadora
porque la comunidad es bien consciente de sus propias limitaciones.
En segundo lugar, la profecía no tiene sentido si no se realiza en
un contexto de amor. Lo dice Pablo en la segunda lectura: “el que ama
tiene cumplido el resto de la ley” y “amar es cumplir la ley entera”.
Profecía o corrección fraterna sólo tienen cabida en el contexto del
amor: amor por los hermanos y hermanas, amor por la humanidad, amor por
la creación. Un amor siempre compasivo y misericordioso. El día que
usemos la profecía contra algo o alguien, para atacar, para condenar,
ese día no somos verdaderos profetas. Y estaremos traicionando el
Espíritu de Jesús.