En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del
pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una
viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa
del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado
el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para
percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando
a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con
ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán
respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:
"Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia."
Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora,
cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
Cualquier campesino nos podría hablar largo y tendido de lo que
significa de verdad cuidar los campos. Son muchos los trabajos, las
preocupaciones, los sudores que se lleva consigo una buena cosecha. Es
como hacer una inversión a largo plazo y con mucho riesgo. Porque hay
una serie de elementos que el dueño de la tierra no es capaz de
controlar. Por su parte puede poner todo el trabajo y cuidado posible.
Pero no puede controlar el clima, las heladas o las sequías. Tampoco
puede controlar cómo van a trabajar los empleados. Al final, todo se
tiene que confiar un poco a la providencia, a la mano de Dios. No puede
ser de otra manera. Cualquier campesino nos lo dirá.
El Evangelio de hoy cuenta la historia de un terrateniente que
quiso cuidar sus campos. Los cuidó lo mejor que pudo. Pero se tuvo que
ir y los trabajadores que dejo al cargo de la viña se creyeron que eran
los dueños. Quisieron quedarse con los frutos. Hasta el punto de que,
cuando el amo envió a sus criados a buscar la cosecha, los mataron. Se
atrevieron a matar incluso a su hijo. El señor se enfadó y con razón.
Miremos nuestras manos y nuestras vidas. La humanidad, nuestra
familia, nuestra vida es la viña del Señor. La ha creado y cuidado con
amor. Y la ha puesto en nuestras manos. Somos responsables de recoger la
cosecha, de vivir nuestra vida en fraternidad, en amor, en comprensión y
en justicia. El fruto que Dios quiere es la vida del hombre, es nuestra
vida. No somos dueños de ella. Es un regalo que Dios nos ha dado y que
nos pide que cuidemos de él con amor, que lo hagamos crecer en libertad y
fraternidad.