Experiencia Voluntariado Misionero: Mónica Sirvent

El Voluntariado Dehoniano es una experiencia única, supone vivir momento que marcan tu vida. Mónica Sirvent partió este verano a Quito (Ecuador), allí vivió momentos que llegaron directos a su corazón. Meses después nos envía esta carta como testimonio de lo que ha supuesto realizar el Voluntariado Dehoniano.

Voluntariado
“Hace unos meses tuve la oportunidad de vivir una gran experiencia en Ecuador. Venía con dos experiencias parecidas en la mochila, otros voluntariados internacionales que me habían dicho que me cambiarían la vida, pero no fue así, no me sentía diferente al volver a casa. Sin embargo, esta vez ha sido diferente. Han pasado ya 4 meses desde que volvimos, y no pasa un día sin que piense en todo lo que viví en Ecuador.

Cuando volvimos, con el corazón todavía caliente por todas las emociones vividas, decía que había sido uno de los mejores viajes de mi vida. Tenía miedo de que se quedara en eso, en un “calienta corazones” que al pasar un tiempo y al volver a mi rutina se me olvidara todo. Pero lo cierto, es que ahora, meses después sigo pensando en lo mismo, y puedo ver en pequeños detalles de mi vida cotidiana que fue una experiencia que realmente dejó huella en mí. 

Es verdad que fueron muchas cosas las que vivimos, viajes, momentos, conversaciones, cantos, risas, abrazos, y muchos proyectos en los que participamos, como el Centro de día con los ancianos, las Colonias vacacionales, el Comedor social “María Madre Buena”, clases con los niños apadrinados y Callejeros de la Fe. Cada uno de esos momentos vividos y cada persona que nos acompañó, fueron únicos y un regalo del cielo, un regalo que no esperaba que fuera para mí. Ahora es cierto que recuerdo todos esos momentos, pero para mí, ha sido mucho más importante la huella que han dejado y como han influido en mi día a día. 

Cuando te vas y te dicen que este tipo de experiencias te cambiarán la vida, no es del todo cierto, aunque lleven su parte de razón. Creo que estas experiencias te cambian, pero justo en el momento en el que lo tienen que hacer. En mi caso, ha sido este momento, esta experiencia. Me fui a Ecuador después de un año no especialmente bueno, en el que había perdido un poco la fe en las personas. Había pasado de la inocencia de que todas las personas son buenas, pero hacen cosas malas por su situación en la vida, a no hay humanidad en las personas que me rodean, son frías, egoístas y superficiales.
Pero las personas de la Parroquia de Santa María de la Argelia me enseñaron muchas cosas. Me devolvieron la fe en las personas, me enseñaron que todavía existía humanidad. Gracias a ellos, aprendí a vivir de una forma diferente mi Fe en Dios y la religión.  Aprendí a valorar las cosas pequeñas, a quitarme los prejuicios, y a dar gracias por todo. Me di cuenta de que la Iglesia podía ser diferente. De la importancia que tienen las personas más que objetos, ritos y cualquier otra cosa. Y, sobre todo, de lo que vale un abrazo.

Voluntariado Quito
Al volver a mi vida, a mi rutina, me di cuenta de que no sería fácil vivir como había vivido en Ecuador. Pasé de vivir experiencias con personas que no tenían nada y te invitaban a comer, a ver que para algunas personas lo importante en la vida es el dinero y pasar por encima de los demás para ser el mejor.
Me costó dos meses cambiar la hora de mi reloj, pensaba que si seguía viendo en mi reloj la hora de Quito serviría para no desconectar. Pero me equivoqué. Ya no estoy en Ecuador, estoy en España, y la realidad es totalmente distinta, no puedo cambiar radicalmente las cosas. Pero sí que puedo cambiar mi actitud y traer pequeñas cosas que fui viviendo en Ecuador adaptándolas a esta realidad. Un pequeño ejemplo de esto, es que Callejeros de la Fe ha llegado hasta nuestro entorno, y poco a poco, una vez al mes repartimos bocadillos a la gente que vive en la calle, no solo dándoles de comer, sino tratando de romper barreras, prejuicios, sentándonos con ellos para hablar y darles el cariño, como veíamos que lo hacían en Ecuador. 

Así que solo puedo dar gracias y más gracias a todas las personas que se cruzaron en mi camino, porque a ellas les debo que hoy quiera ser una persona diferente. Gracias al P. Benjamín, al H. José María, al P. José Luis, por abrirnos las puertas, acogernos, por todo lo que nos enseñaron, por hacernos sentir como en casa y por ser nuestra familia. Gracias a Humberto por ser nuestro hermano mayor, por acompañarnos en todo momento. Gracias a Gaby por ser un ejemplo a seguir, un ejemplo de superación. A Patricia, a Christian, a Stalin, por lo que nos enseñaron en los distintos proyectos, por su dedicación. 

Gracias a los ancianos y a los niños que estuvieron con nosotros, por todas las risas que nos sacaron, los bailes y los juegos. A los monitores, gracias por ser nuestros hermanos. 
¡Muchísimas gracias a todos por los momentos compartidos!”