En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más
que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he
bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

Jesús dejó su pueblo y se hizo bautizar por Juan. Allí en el
desierto meditó, sin duda, la Palabra de Dios. Es posible que se
encontrase con este mismo texto profético que leemos en la primera
lectura de este domingo. Y se sentiría totalmente identificado con lo
que en ese texto se dice. Ése sería su estilo de vida. Sin gritar, sin
destruir a nadie, respetando a todos, pero proclamando con firmeza la
ley de Dios, el derecho de los hijos de Dios. Su palabra sería luz para
las naciones, palabra liberadora para los oprimidos y sanadora para los
enfermos. Jesús se sintió llamado por Dios para una misión. No sólo eso.
Experimentó y sintió profundamente que Dios era su Padre. Desde
entonces, esa experiencia profunda no le abandonó en ningún momento. Le
dio la fuerza para cumplir su misión hasta la entrega final en la cruz.
El Evangelio expresa esta realidad profunda diciendo que Jesús, al
bautizarse oyó una voz de lo alto que decía: “Tú eres mi Hijo amado. En
ti me complazco.”
Todas las reflexiones que se publican bajo la etiqueta y título de "Con el corazón en el Domingo" corresponden a http://www.ciudadredonda.org/
Todas las reflexiones que se publican bajo la etiqueta y título de "Con el corazón en el Domingo" corresponden a http://www.ciudadredonda.org/