Vamos
a darle la vuelta a todo. Estamos cansados de escuchar a la gente hablar de sus
logros, he hecho, he estudiado, he ido, soy, yo, yo, yo… ¡Para! Para medir tu
grandeza no cuentes tus éxitos, habla de tus fracasos. Sí es así. No pongas
cara extraña. Es muy triste ver como
unos se empeñan en deslumbrar el brillo de otros con su brillo propio, pero ese
brillo, no es el de verdad. Eso es una muestra de inseguridad, de querer ser la
típica linterna que tiene más luz que las demás. No. Basta. ¿De qué sirve conocer
y presumir de todos tus logros si realmente no conoces cómo saliste de todo
aquello que no te salió tan bien? ¿De todas aquellas veces en las que la
tiniebla inundó tu vida? Lo importante es saber qué hiciste cuando peor te
fueron las cosas, de donde sacaste esa luz. Eh, no temas. Es momento de que
camines en la luz. Es momento que te des cuenta que estás hecho para dar luz,
mucha luz. Es momento de quitarse la venda que nos hace estar ciegos ante una
realidad y de iluminar, porque estás hecho para la luz.
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,14-21):
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será
juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no
verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la
luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
Eso es. La luz vino al mundo. No
cabe la menor duda, a todo el mundo le gusta más caminar en la luz, ¿no? Es
bastante más llevadero viajar de día que de noche, ya que de día podemos
contemplar la belleza del paisaje, fijarnos en los pequeños detalles, nos
concentramos más, vemos la multitud de colores que nos rodean... la tiniebla,
al fin y al cabo es la ausencia de luz. La ausencia de todo eso.
Párate por un momento y ponte en la piel de los hombres de los que
habla el evangelio, de aquellos que prefirieron la tiniebla a la luz porque eran
conscientes de todas aquellas cosas que hacían y que no estaban correctas. Piénsalo.
¿Tú eres de los que siembran luz o eres de los que a veces se oculta entre las
tinieblas? ¿Te gustan más esos momentos donde todo a tu alrededor parece que
brilla o esos momentos oscuros en los que llega el miedo y la inseguridad?
Te digo la respuesta. Estás hecho
para la luz. Estás hecho para brillar. La luz despierta a la vida, es así. Las
plantas, las flores, los árboles, los animales, todo despierta a la vida. La luz
nos alumbra, nos da amor, nos hace sentirnos bien y nos hace usar nuestro
sentido de la vista, para no quedarnos ciegos ante la realidad inminente que
nos rodea. Estás hecho para la luz,
estás hecho para dar alegría, estás hecho para ser feliz, no temas.