SÁBADO SANTO II: VIGILIA PASCUAL

Los discípulos habían sentido el frío y la oscuridad: aquel a quien habían seguido, por quien habían dejado todo, estaba muerto, no estaba a su lado, no sentían sus palabras. Sintamos nosotros también el silencio y la oscuridad.

¿Habéis sentido alguna vez que los demás lo daban todo por ti? ¿Habéis entregado todo a alguien? ¿Habéis amado hasta el extremo de olvidar sus defectos? ¿Habéis sentido el fuego del amor en vuestro corazón: que abrasa, que arde como esta hoguera? ¿Habéis arrojado a ese fuego los defectos, las faltas, las infidelidades, los olvidos de esa persona a la que amáis, para dedicaros sólo a amarle? ¡Así lo dio todo Jesús por ti y por mí! ¡Así nos entregó su vida!

¿Sabéis cuál es una de las grandes maravillas de Dios, de Jesús? Que siendo uno, puede amarnos a todos, es más, nos ama a cada uno como si fuera el único. Ya lo dicen los poetas: “Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana, por el mismo camino que vas tú hacia Dios”. Así, igual que la luz es una, hay una luz para cada uno de nosotros.

Ha llegado el gran momento, tal vez sea un instante que deseamos que sea eterno, nos rodea una felicidad infinita, clara, entrañable. Llega la gran ocasión para realizar el repaso del sinfín de alegrías que apenas disfrutamos. Y es que hoy estrenamos felicidad. Somos los hombres y mujeres más dichosos de la tierra. Somos felices porque tenemos un Dios mucho mejor del que nos imaginábamos.

Como nosotros somos tacaños en amar, creíamos que también él era tacaño. Como nosotros amamos siempre con condiciones, pensamos que también él regatearía. Seguimos siendo dichosos porque él sigue estando con nosotros. Lo prometió y la suya es la única palabra que no miente jamás, porque él perdonará nuestros pecados. ¿Por qué no habría de perdonar también nuestras traiciones tan sólo con decirle: tu sabes que te amo? Somos dichosos porque el reino de los cielos está ya dentro de nosotros.