Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

Algo así nos sucede a nosotros. Pasa que no nos damos cuenta porque llevamos hablando de la resurrección de Jesús casi desde que nacimos. Tanto hemos oído que nos parece normal. Lo malo es que en esa normalidad no nos damos cuenta de lo extraordinario del asunto y menos de sus consecuencias para nosotros. Seguimos como si tal cosa, como si algo tan sorprendente no fuera con nosotros.