"Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.» Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los
sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos"
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Donde los discípulos no veían más que cinco panes y dos peces, Jesús vio la generosidad y el don de Dios que actúa siempre sorprendiéndonos y yendo más allá de nuestras posibilidades. Más allá del rito, Jesús atendió realmente a las necesidades de aquel gentío que tenía ante él. Necesitaban comer y les dio de comer. Esa fue su Eucaristía de aquel día. Y de paso los convirtió en una familia capaz de compartir el pan y los peces regalados y compartidos.
Nosotros hoy seguimos celebrando la Eucaristía. Seguimos bendiciendo el pan como Jesús lo hizo. No queremos perder su memoria. Es un recuerdo que multiplica la vida, que nos invita a vivir y actuar de una manera diferente, que corta con la historia de violencia y egoísmo y nos abre a una relación nueva con los demás: una relación de fraternidad, de justicia, de amor. Una relación que se levanta sobre la Eucaristía, sobre la Eucaristía-celebración y sobre la Eucaristía-vida.