Con el corazón en el domingo

[...] Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos. [...]


A Jesús le costaba a Jesús entender lo de las jerarquías, esa necesidad que tenemos las personas de poner a las demás personas en una escala de arriba abajo y, por supuesto, dando siempre más importancia a los de arriba que a los de abajo. No entendía Jesús esa pasión por estar entre los de arriba, por ser importante.  En el Evangelio de hoy, Jesús participa en un banquete y, como es natural, no entiende la lucha de los convidados por ocupar los primeros puestos. Le resulta una pasión inútil. Está convencido de que los que hacen eso se olvidan de lo más importante, pierden el tiempo y no gozan verdaderamente del banquete de la fraternidad. 

Desgraciadamente seguimos creyendo en las categorías, en las jerarquías. A veces se nos olvida que el servicio fraterno es lo que da sentido a lo que hacemos en la Iglesia y en la sociedad, que si no servimos a los hermanos y hermanas perdemos miserablemente el tiempo y la vida que se nos ha regalado. Nos despistamos y pensamos que el objetivo de nuestra vida es ser importante, tener cargos y que nos terminen cediendo los primeros puestos y haciéndonos homenajes. ¡Necio! Cuando te mueras no te llevarás nada de eso consigo. Y lo único que te salvará será el amor que hayas compartido gratuitamente en tu vida, el amor de Dios.