«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»
Porque creemos en un pastor que tanto nos quiere, se despierta nuestra confianza en él. No nos cuesta escuchar su voz, conocerle cada día más, seguirle hasta la muerte. Pronto desenmascararemos a los falsos pastores, a tantos ídolos, “que no saben decirme lo que quiero”. Y es que Jesús no sólo es la vida y nos da su vida, es también el camino y la puerta para esa vida. Curiosamente le llamamos pastor…Pastor que coge en sus brazos a la oveja herida, al triste, al desvalido, al pecador. Él nos dice como a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño” Y nosotros lo creemos.
Es urgente darnos cuenta de que todos hemos de ser buenos pastores; no sólo los jefes, los dignatarios, “los de arriba”. Como seguidores e imitadores de Jesús, nosotros llevamos a nuestra vida su modo de pastorear, es decir, de cuidar, de proteger, de curar heridas, de coger en brazos, de dar la vida y des-vivirse por los demás. Igual que a Pedro, nos pregunta Jesús: “¿Me amas? Pues, apacienta a mis ovejas”. Sólo desde el amor tiene sentido.