
El Evangelio se abre con una promesa consoladora, dentro de la tristeza de la despedida: “No os dejaré desamparados” dice el Maestro. Jesús nos mete a todos en ese círculo maravilloso del misterio divino:”Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo en vosotros”. E insiste, por si no estaba claro: “Al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré”.
De entrada, nos invitamos a estar abiertos al viento del Espíritu. El es nuestro abogado, porque es el Espíritu de la verdad y del amor. El Espíritu Santo nos unge, nos empapa de la vida de Dios. Luego, va todo en cadena: nos sentimos amados por Dios, salimos a decir que “hemos conocido el amor” y este amor nos urge a amar a los demás; así sucedió en Samaría, donde los mismos que eran odiados por los judíos eran amados por los cristianos.