El pasado lunes en el espaciodespacio se tomó como reflexión el evangelio del próximo domingo (6º de pascua) que nos invita a familiarizarnos con el Espíritu.
¿Dónde está el Resucitado? ¿Dónde se demuestra su presencia? ¿Por qué no se quedó con nosotros de una vez por todas? A lo mejor sí lo hizo, pero no nos damos cuenta. El Espíritu es el Resucitado mismo, dentro de nosotros, también fuera, acompañándonos, guiándonos, escarmentándonos, consolándonos, esperándonos, reparándonos… Pero de todo esto ¿te das cuenta?
¿Le ves o no le ves? Al final, esto de la fe se resume en eso. El Espíritu nos pregunta ¿me ves o no me ves? En ocasiones nuestra fe no aporta más que dudas. Pero la duda ¿no es ya un indicio? De lo que no existe no tenemos dudas. Lo que nunca hemos visto, experimentado o tenido conocimiento no despierta en nosotros alguna inquietud. Nosotros hemos tenido experiencia de la resurrección y esta experiencia, en ocasiones, ha sido intensa y profunda. Pero la cotidianidad, la monotonía es capaz de desmentir la más arraigada de las certezas. Ese es el reto de nuestra fe si quiere ser madura: asumir la cotidianidad aplastante. Pero no estamos solos. El Espíritu del Resucitado está con nosotros disimulado entre nuestras rutinas, acompañándonos, dejando restos de su presencia entre los pliegues de la vida.
Entonces ¿le ves o no le ves? O quizá otra pregunta previa ¿le quieres ver o no?