En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer
se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y,
sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
El 5.º Domingo de Cuaresma nos sitúa en Jerusalén, es decir, en el
escenario directo de la Pascua de Jesús. Por eso, todo nos habla del
misterio de muerte y vida que estamos a punto de contemplar. Se nos
invita a mirar cara a cara a la muerte, pero en la perspectiva de la
vida nueva del resucitado. La muerte es el destino inevitable para todo
hombre. No es posible escapar a su poder. En la muerte experimentamos la
lejanía de Dios. Y
puede entenderse además como consecuencia del mal y del pecado (como en
el caso de la mujer adúltera). Pero Jesús nos dice que puede ser algo
fructífero, como el grano de trigo, si la muerte es
consecuencia de la entrega voluntaria, si somos capaces de dar la vida.
La cuestión que le plantean a propósito de la mujer
adúltera no es un problema moral, sobre la licitud o no del adulterio.
Es claro que Jesús también lo considera ilícito (de ahí la exhortación
final: ¡no peques más!). Tampoco se trata de la oportunidad de tal
castigo. El dilema se plantea en términos puramente legales (v. 6): la
ley de Moisés manda apedrearla; la ley romana prohíbe que, salvo por la
mano de la propia autoridad imperial, se ejecute a nadie. A los fariseos
poco les importa la vida de esa pobre mujer, que se convierte en el
instrumento para tenderle un lazo a Jesús. Si se opone a la ejecución,
se opone a la ley mosaica y se hace reo de impiedad; si la avala, se
hace culpable ante las autoridades romanas. Aquí la ley, civil y
religiosa, están al servicio de la muerte. Estos hombres religiosos ven
en la muerte un justo castigo por el pecado y aplican la ley sin
misericordia.
Pero Jesús es libre y no mira a la ley desnuda, sino a quien la ley debe
servir. En este caso, desvía la atención del dilema legalista y la pone
en la mujer que está a punto de ser ejecutada. Le importa la persona,
su bien, su salvación. Jesús mira al corazón, posiblemente débil, pero
no definitivamente perdido, de aquella mujer. Es verdad que ha pecado.
Pero el pecado de adulterio implica “otra parte”. En la sociedad
antigua, como en muchas sociedades de hoy, la mujer está en situación de
flagrante marginación. Ante un pecado de dos, sólo ella debe pagar. Y,
además, en este caso concreto, esa pobre mujer es sólo el instrumento
para perder a Jesús. Él mira también el corazón duro como la piedra de
aquellos hombres religiosos.