Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»
La persona de Jesús difícilmente deja indiferente a nadie. Incluso
quienes se encuentran en cierto sentido en las antípodas de lo que
Cristo representa han experimentado la fascinación de su persona, y
muchos de ellos han tratado de atraer su figura hacia su propia
posición. Los ilustrados del siglo XVIII vieron en Jesús a un maestro de
la moralidad racional que ellos defendían, los revolucionarios de todo
signo han querido ver en él una encarnación de sus propios ideales de
subversión del orden (o desorden) establecido. Hasta el gran profeta del
ateísmo y negador radical del cristianismo, Nietzsche, vio en Jesús una
de las manifestaciones históricas del superhombre, si bien finalmente
fallida. Como personaje histórico que es, Jesús está abierto a las más
variadas interpretaciones de su persona y su vida.
Aunque, con
frecuencia, esas interpretaciones no son más que una proyección de las
ideas de quienes las hacen, más que una apertura verdadera al mismo
Jesús de Nazaret. También en tiempos de Jesús corrían diversas opiniones
sobre su persona, pues tampoco en aquel tiempo dejaba indiferente a
casi nadie. Las diversas opiniones sobre la identidad de Jesús tenían
sobre todo, como era lógico en aquel tiempo y contexto social, una clave
religiosa. De ahí que las respuestas que los discípulos dan a la
pregunta inicial de Jesús, “¿qué dice la gente que soy yo?”, apunten a
la figura más característica de la experiencia de Israel, el profetismo:
Juan el Bautista, Elías, uno de los antiguos profetas. Pero esta
primera pregunta no es más que el preámbulo de la verdadera pregunta, la
que en realidad importa: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”; es
decir, tú, ¿qué dices de mí? ¿Quién soy yo para ti? Es una pregunta
inevitable, que todo creyente en Cristo tiene que plantearse alguna vez,
o, mejor, que Jesús, de un modo u otro, plantea inevitablemente a todo
creyente.