En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo
recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada Maria, que, sentada a
los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se
paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola
con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con
tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y
no se la quitarán.»
En el Evangelio Marta y María acogen a un caminante bien conocido, pues
tanto aquí como en el evangelio de Juan, está
atestiguada la amistad de esta familia con Jesús. La agitación de
Abraham para atender debidamente a sus desconocidos huéspedes es similar
a la de Marta, que “se multiplicaba para dar abasto con el servicio”.
Salta a la vista (y parece que esa era la intención del evangelista en
el modo de narrar los hechos) el contraste con la actitud de María, que,
sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Cuando uno se multiplica es natural que pretenda que otros dividan con
él el trabajo. Y también parece natural que se reaccione con una cierta
irritación ante la aparente pasividad de los que deberían echar una
mano. La apelación de Marta a Jesús da a entender ese enfado, que
incluye un leve reproche al mismo Cristo: “¿No te importa…?” La, para
muchos, sorprendente respuesta de Jesús denota tranquilidad y paciencia,
pero también incluye una clara amonestación a la actitud de Marta (y
una defensa de la de María). ¿Está Jesús, como insinuábamos al
principio, dando prioridad a la contemplación sobre la acción?
Si la clave está en la acogida, podemos entender que hay dos formas de
acogida: la acogida material, la preocupación por el bienestar externo
del huésped; y la acogida de corazón, que abre no sólo la casa, sino que
acepta a la persona con todo su significado, y se abre completamente a
su mensaje. Jesús no critica la acción, ni rechaza en consecuencia la
primera forma de acogida. Ya hemos dicho que nos avisa de que nuestra
acogida de su persona no sea sólo de palabra (de boquilla, decimos en
castellano), sino con actos. Pero, ¿cómo podemos hacer su
voluntad, prolongando su misma actitud de servicio, si previamente no
nos hemos detenido a escuchar atentamente su palabra, dejando que nos
interpele y nos toque por dentro?