Con el corazón en el domingo

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

La Eucaristía es una cena comunitaria, sólo podemos comprenderla si la enfocamos desde el ángulo de la Pascua, el Paso definitivo hacia el amor. Es el rito que sintetiza todo el pensamiento de Cristo acerca de la vida humana. No un espectáculo para mirar ni un rito para oír… Es, antes que nada, una mesa a la que somos invitados por el mismo Jesús, para compartir su cuerpo entregado: “esto es mi cuerpo”, “ésta es mi sangre”. Ya la primera Pascua fue comida, comida de primavera, del despertar de la nueva vida. Comer es participar juntos de la misma empresa, de idénticos sentimientos, comiendo el mismo pan de la existencia compartida. Es unirse al Cristo que se da por los hermanos, comprometiéndonos en ese gesto a ser otros Cristos, otros panes que alimentan al hermano necesitado.

No es un gesto romántico; es mucho más que recibir a Jesús en el corazón. Es comprometerse a vivir con sus sentimientos, poniendo toda nuestra existencia al servicio de la comunidad. No podemos comulgar con cualquier Jesús, sino con este Jesús del Evangelio. Ya es hora que terminemos con la misa espectáculo, la misa obligación, la misa tradición, la misa de caras largas y silenciosas. Misas sin saludos, sin comunicación, sin alegría, sin gestos espontáneos, sin participación sincera.

La celebración eucarística, fiesta memorable, es el mejor índice de nuestro espíritu comunitario. Por eso mismo es un desafío y una exigencia: no podemos celebrar lo que no vivimos durante la semana; no podemos compartir nada si no nos conocemos, ni hay interés por reunirse para hacer algo juntos, si pasamos indiferentes ante los problemas de la pequeña y de la gran comunidad humana. Comamos juntos nuestra existencia, asumamos juntos esta historia, bebamos en la fuente de nuestra vida cristiana. He aquí el sentido de la Eucaristía.