En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña,
a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: Lectura del
santo Evangelio según San Lucas 1,39-45
En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
“María se puso en camino y fue a prisa a la montaña”. El Adviento y la
Navidad ya próxima, es fundamentalmente “salida”. El Hijo que sale de
estar con la Santísima Trinidad para estar con nosotros, para
introducirse en la historia: “Cuando Cristo entró en el mundo”, nos dice
la segunda lectura de hoy de la carta a los Hebreos. María que se pone
en camino para servir a su prima Isabel. El Papa Francisco no deja de
hablar de una “Iglesia en salida”. Salir, parece ser la dinámica que nos
presenta Lucas, después de decir: “Hágase, aquí está la esclava del
Señor, del Sí de María” o del “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”
(Hebreos), no queda otra posibilidad que “dar a luz”, hacer nacer, poner
en marcha la Encarnación. Eso es lo que celebramos estos días.
El encuentro de María con Isabel, pone al descubierto los planes de Dios
que se ha fijado en lo humilde y débil para llevar adelante la
salvación. Isabel, ya mayor y estéril, pero llena de ilusión por el hijo
que espera como un don de Dios, y María, una desconocida joven de
Nazaret pero “¡Bendita entre las mujeres!”. Y es que Dios se complace en
lo humilde y sencillo. En la primera lectura de Miqueas nos dice que el
Mesías nacerá en “Belén, pequeña entre las aldeas de Judá”, no en
Jerusalén la gran ciudad. Nacerá en las afueras, no en el centro urbano,
en un pesebre, no en un templo o en un palacio. Algo nos querrá decir
todo esto.
El saludo de Isabel se prolonga en la bienaventuranza: “Dichosa tú, que
has creído”. La dicha plena, la felicidad, la encuentra María en haber
creído a Dios. “Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, se
cumplió ya en el nacimiento de Jesús. María es el punto de unión entre
las promesas de Dios y su cumplimiento. Toda la esperanza trasmitida por
los profetas, se cumple en Belén y en el seno de María. Ahora nos toca a
nosotros, no es una tarea para los poderosos, famosos o ricos, la
humilde muchacha de Nazaret nos lo recuerda en el Magníficat, Él cuenta
con los que no tienen más que fe y esperanza.