Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»
La fe cristiana y el cristiano no se distingue de los demás por las
obras exteriores que realiza, pero sí por su interioridad: por la fe en
Jesús de Nazaret. Eso es lo específico cristiano, lo específico de la
fe. Creer en Jesús es el centro de la fe, él nos ha proclamado
repetidamente que los pequeños son los predilectos del Padre, a los
pobres pertenece el Reino de Dios. Lo que hacemos a los más
desfavorecidos se lo estamos haciendo al mismo Dios (Mt 25,31-46). Por
eso la Caridad verifica la fe, el estar al lado del Crucificado y de los
crucificados de la historia, habla del Dios en el que creemos y de sí
creemos en el Dios de Jesús, en la esperanza, en su resurrección: “El
Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al
tercer día”.
La fe no contrapone nada, es experiencia del seguimiento de Cristo y
para Jesucristo, lo definitivo, lo decisivo es estar con los que sufren:
acercarse a los enfermos, tocar la piel de los leprosos, abrazar a los
niños, comer con los pecadores y excluidos, estar con la gente
indeseable: prostitutas, adúlteros… La fe es amor, (caridad), descubrir
en el rostro de los pobres, el rostro de Dios, no hay nada
verdaderamente humano: la persona, la razón, la cultura, la ciencia, la
política, la justicia, el mundo…; que no nos interese y afecte. “¿Quién
dice la gente que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de
Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie”.
La fe cristiana ha estado siempre en guardia, tanto respecto de los que
confiesan a un Jesús divino que juega a ser humano, como los que ven en
él a un gran hombre, que sólo tiene de divino lo que nosotros le
pongamos. Jesús es Mesías, pero Mesías sufriente. El camino del
discipulado lleva a descubrirlo como Hijo de Dios, pero no evita entrar
en la dureza de cargar con la cruz: “El que quiera seguirme, que se
niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues
el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por
mi causa la salvará”. No es cristiano quien sólo ve a Jesús como una
buena persona, pero tampoco es quien busca un Jesús Mesías que pasa por
el mundo de puntillas, sin mancharse en la historia. Lo demás es
inventarse otra fe, otro Dios, otra Iglesia, eso existe, pero no es el
seguimiento de Jesús. La fe es anuncio de la Buena Noticia, encuentro,
que hace que humildemente formemos una comunidad. Nuestra fe no nos hace
ni mejores ni peores, la fe es una experiencia, es revestirse de
Cristo, como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Esta es la
confesión de Pedro y la nuestra.