¡Oh,
profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios!
¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos!
Romanos, 11:33.
Una
vez leí que las decisiones son solo el comienzo de algo. Que cuando
tomas una decisión, te sumerges en una poderosa corriente que te lleva a
un lugar nunca soñado a la hora de decidir. En el momento en que me arriesgué a decir sí a este encuentro juvenil, no imaginaba todas las emociones que iba a vivir. Al
principio es inevitable tener miedo: salir de la rutina, en un país
donde no conoces el idioma ni lo que encontrarás.. Entrar en un tunel
del que no ves el final no es para todos, pero si nosotros, los jóvenes,
no despertamos y arriesgamos, ¿quién lo hará?
Cuando
llegué, me abrumaron preguntas que pusieron en duda los pilares de mi
vida, sin embargo seguía todo en pie, intacto. ¿Cómo era posible que
gente tan distinta,de tantos lugares y culturas, fuera capaz de
congregarse y formar un único corazón? ¿Qué buscamos todos que sólo Dios
nos ofrece? Y, sobre todo, ¿por qué lo buscamos en Él?
Llegué
a la conclusión de que si buscas algo fuera de este mundo, es porque
aquí no lo encuentras... ¿O es que debemos aprender a mirar? ¿No se
encuentra el amor de Dios en la madre que da la vida a su hijo? ¿El
perdón en tu prójimo? ¿La generosidad en quien da de comer al hambriento
y de beber al sediento? ¿La acogida que nosotros mismos hemos recibido
en las familias polacas? Consuelo, paz, cariño, solidaridad... Faltan
palabras para definir la misericordia que Dios pone en nosotros;
misericordia que debemos repartir por el mundo, para que todos seamos
capaces de encontrarla, para que nadie se cuestione por qué hay un Dios
que da tanto sin recibir nada a cambio.
Este es
el punto de no retorno. Aquí y ahora te das cuenta de que has sido
llamado por Dios para seguir sus caminos y transmitir su mensaje. No es
un viaje sencillo: encontraras quienes se burlen, piedras, montañas que
escalar, dormiras a la intemperie, como hicimos nosotros, sintiendo la
realidad de aquellos que huyen de sus hogares por la guerra... Pero
continuarás. No dejarás que nada te pare, porque sabes por quién lo
estás haciendo: por Él.
Era la luz que no
dejaba sombras, la misericordia sin palabras, el camino que seguir a
ciegas. Era un susurro en nuestros corazones, una respuesta sin
pregunta, una mirada de acogida. Era aquel que llamaban loco, aquella
esperanza para los desamparados, aquel milagro de salvación.
Él
era, es y será por quien tantos jóvenes de espíritu se siguen moviendo y
conmoviendo cada día; la decisión de felicidad infinita que aún hoy
escogemos y por la que luchamos frente a las emociones fuertes pero
pasajeras.
Él es el Dios de la misericordia, aquel que te ama,
y no a pesar de todo, simplemente lo hace. Quizás no siempre lo
entendamos, nos toque caminar por las tinieblas y desesperar por una
respuesta que parece no llegar nunca... Pero ese es el misterio de la
fe, mas allá de la confianza que conocemos día a día se encuentra Él.